Iba una vez con una niña y un niño pequeños en el tranvÃa.
La niña pertenecÃa a una vecina, el niño a una prima y el tranvÃa a la empresa de transportes.
La niña se llamaba Jana y no tenÃa ni cuatro años.
El niño tenÃa seis y se llamaba Odón, cosa que todavÃa hoy le reprocha a mi prima toda la parentela.
La niña tenÃa un abrigo rosa, el niño ninguno.
El tranvÃa era rojo.
OcurrÃa en Praga.
Los billetes no resultaron caros.
Uno para adultos y otro para niños.
Jana no habÃa alcanzado todavÃa la edad en la que se tiene derecho a comprar un billete.
Pero consiguió el resguardo como la mayorÃa de los niños.
Tengo por costumbre contentar a los niños.
Por eso le di a Odón el billete de adulto y yo me quedé con el de niño, con su denigrante banda azul.
Odón estaba muy orgulloso mientras sujetaba el billete de adulto de forma discretamente indiscreta.
Cuando llegó el revisor yo estaba inmerso en un interesante debate con los niños: de dónde viene en realidad el viento.
SabÃa que el viento es una corriente de aire, pero quién corre con él, o incluso por qué corre, eso no lo pude explicar muy bien.
El revisor interrumpió mis reflexiones.
TenÃa un loden y se llamaba Gogol.
Le di mi billete.
El infantil que tenÃa en la mano.
El revisor incrédulo miró el billete y luego a mÃ, y luego de nuevo al billete y preguntó: "¿Cuántos años tiene usted?"
"Veinticinco".
El revisor me miró de nuevo incrédulo y después al billete.
Me di cuenta.
"¡Viaja usted con un billete de niño, señor!", aseguró el revisor. "¡Usted ha engañado al conductor!".
El revisor me pidió diez coronas.
Asà que me dispuse a quitarle a Odón el billete de adultos, pero el revisor me detuvo.
"¡No le quite al niño su billete!", dijo y se lo quitó él mismo.
En ese momento su paciencia estaba agotada.
"¿Cuántos años tiene usted?", preguntó a Odón.
Odón, con su billete de adulto, se sentÃa muy seguro de si mismo y respondió sin pestañear siquiera que tenÃa treinta.
El revisor se quedó satisfecho pero sólo durante un instante.
Cuando devolvÃa a Odón su billete, se apoderó de él la desconfianza.
Gritó: "¿Cuántos?"
Odón rompió a llorar.
Estaba claro que un treinteañero de verdad hubiera reaccionado a la pregunta del revisor de otro modo.
"¡Usted no tiene treinta, usted tiene siete!", aseguró el revisor "y me va a dar otras diez coronas de multa".
Quise poner las cosas claras, y asà intenté explicar al revisor que cambiando mi billete con el de Odón todo estarÃa en orden.
El revisor se burló de mà y dijo que no habÃamos llegado tan lejos como para que los pasajeros pudiesen pasarse los billetes entre ellos en presencia del revisor.
De este modo también podrÃa llegar a ocurrir que todo el tranvÃa viajase con un sólo billete.
No alargaré el asunto.
En la comisarÃa me explicaron que molestar a un revisor que está de servicio es un delito mayor que cuando está fuera de servicio.