CHESGA

Z deníku praktické dívky Zuzan

(Del diario de Susana: una chica práctica)
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El profesor de lengua quería cultivar en nosotros la sensibilidad por la poesía, por eso, hoy me preguntó qué haría yo si tuviera alas.
Dije que volaría.
Preguntó a dónde.
Al colegio, ..... a casa, ....
Hmm; ¿y a tierras lejanas?, ¿No querrías volar hasta allí, descender a un hermosísimo jardín y respirar la fragancia de flores exóticas?
Sí, quizá...
¿Y volar hacia las estrellas, y rozar con las alas la mismísima luna?
No sé, puede que sí.
El profesor suspiró, y luego me preguntó qué haría si fuera un cisne.
Respondí inmediatamente: "Lo que hicieran los demás cisnes". Se entristeció. "No tienes ni pizca de sentido de la poesía. ¡Prueba a hacerme una pregunta! Verás lo que es poesía. ¡Vamos, sólo una pregunta!"
Lo pensé un momento, y después dije: "¿Qué hará usted cuando lo jubilen?"
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Todo el mundo es algo perezoso de vez en cuando. Yo también. Incluso, a veces, desearía ser de cuerda y que mi llavecita se perdiera. En el colegio me dicen que soy inteligente pero no aplicada. Cuando me regañan así, mirando hacia el suelo resuena en mi cabeza un reprochable pensamiento:
inteligente pero no aplicada es, en definitiva, mejor que al revés.
Una vez, el profesor me llevó aparte y me dijo: -¿por qué descuidas tanto tus obligaciones?
No sabía qué responder. Descuidaba mis obligaciones sin darme cuenta. Nunca había pensado el porqué. El profesor insistió.
"Te estoy preguntando que por qué descuidas tus obligaciones". Sabía que tenía que responder algo, pero ¿qué? En realidad quería decir que por abandono pero me pareció una enorme estupidez, una tontería. ¡Por abandono! Preferí callarme.
Y el profesor dijo: "Así que tú no sabes por qué descuidas tus obligaciones, entonces te lo diré yo: ¡por abandono!"
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Pues estaba un día en el teatro. En Hamlet. Los príncipes son una cosa estupenda, por ejemplo en los cuentos. Pero es un follón en cuanto reviven. ¡Cuánto pesimismo! Me sorprende en Hamlet, pues él era un chico bastante inteligente. Sí, tuvo mala pata, la verdad es que sí.
Y por otra parte, decía cosas muy guays. Esto hay que reconocerlo. Lástima que fuera un príncipe y tuviera que hablar pomposamente. Si no fuese príncipe, es posible que más gente corriente lo entendiese y alguien le hubiese echado un cable.
Yo quise hacer algo por él, por eso empecé a traducir lo que debía decir para que la gente lo entendiera:
Vivir o no vivir - de eso se trata. Si la gente tiene que poner la otra mejilla cuando el cabreado destino la machaca, o picarse de una vez por todas, coger la escopeta y decir: ¡basta! Y morir, dormir, nada más, y saber que con eso todo se acabó. Todos los nervios, todos los problemas que tiene uno. Sería un chollo si fuera así, morir-dormir-dormir. Ya, pero ¿y los sueños, qué? Ahí está el quid. ¡Quién sabe lo que podría soñar cuando me quede dormido! ¡O sea cuando esté en el otro barrio! Es un coñazo que la gente no lo sepa. Y, por eso, prefiere seguir vegetando.
Pues probablemente sería así, como lo hubiera dicho Hamlet de no haber sido príncipe.
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Nuestro vecino, el señor Lébr, suele tocar el chelo.
Toca de maravilla. Dicen que logra hacerlo llorar y gozar, contar y cantar. Incluso sabe besar al chelo aunque esto se atrevió a hacerlo sólo una vez. De todas formas, me gusta escucharlo.
Toca siempre cuando su mujer, que es acomodadora, se va a controlar, al anochecer, las entradas para el cine. Porque ella no soporta la música.
El señor Lébr toca sólo a escondidas desde que su mujer le estampó el chelo en la espalda. Aún así, el chelo es bastante más agradable que la aspiradora de la señora Laubová, que es una máquina del año catapún. Ya cuando su abuela la quiso llevar a modernizar, Křižík la convenció de que no valía la pena.
La señora Laubová, día sí día no, arremolina el polvo de sus alfombras persas con la sensación de que aspira. Y cada año, el doce de agosto, a las cuatro de la madrugada, enciende este aparato ya que ese día el señor Laube se reúne con sus amigos de la mili y vuelve a casa siguiendo su sonido. De este modo, los Laube tienen no sólo una aspiradora, sino también una sirena.
Otros sonidos a los que tuvimos que acostumbrarnos en nuestro edificio son los que emite Elenita con el piano, puesto que cuando hace alguna travesura tiene que practicar como castigo. Por eso, todos los inquilinos apelan a Elenita para que sea buena.
Hace poco Elenita me confesó que si es mala, llegará a ser una virtuosa del piano, pero si es buena, no pasará de camarera. Su tía es camarera y lleva a casa pasteles.
Le pregunté a Elenita qué le gusta más, si la música o los pasteles. Me dijo que lo que le gusta más es comer un pastel mientras alquien toca, y eso es justo lo que tiene su tía camarera. Toma el postre escuchando de lejos alguna orquesta femenina.
De vez en cuando, la señora Miller pide auxilio cuando su marido intenta estrangularla por sus infidelidades. Después la señora Miller anda de un lado para otro enseñando los nueve cardenales del cuello; es que al señor Miller le falta un dedo. Si tuviese más tiempo escribiría las "Memorias de una chica de un edificio". Deberia ser la lectura obligatoria de los futuros arquitectos.
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Estuvimos con la escuela en un concierto ¡Cuántos profes cantaban allí! No sospechaba que hubiera tantos. Bueno, quizás había entre ellos algún que otro bedel.
Cantaban de maravilla, pero tengo que deciros que no era el ritmo que me gusta. En casa me dicen que la música clásica no me entra; pero eso no es cierto, toda la música entra, pero cada una a su modo.
El minueto entra como un perfume francés, el blues como el color azul, la polca como el asado de cerdo y el twist como la brillantina de Cliff Richard.
Todo esto lo ideé yo sola, palabra de honor.
Excepto una cosa que una vez leí: las canciones populares son el alimento del espíritu.
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Nuestro edificio es como una familia. Todo se sabe, es imposible mantener un secreto. Más bien todo lo contrario.
En la planta baja vive el portero. Se apellida Chmelař. El invierno pasado, cuando iba a quitar la nieve se dio cuenta de que alguien le había roto el mango de la paletilla para la nieve. Volvió a casa y se lo dijo a su mujer.
En la entreplanta la señorita Cíznerová oyó que alguién le había roto al señor Chmelař algo de la paletilla y dedujo que no podría ser otra cosa que una costilla.
La noticia voló por el edificio y todos sintieron la necesidad de mejorarla un poco.
Llegó a los oídos del señor Vilím que el portero tenía una costilla rota porque lo habían atacado dos borrachos.
El rumor iba creciendo.
Finalmente llegó a conocimiento del profesor Říčař, que vive en la sexta planta, el rumor de que el señor Chmelař había ido por la mañana a quitar la nieve y que en ese momento por la otra acera pasaban dos borrachos. Empezaron a meterse con su gorra. Se dice que el señor Chmelař se enfadó y empezó a echarles bolas de nieve. No debió hacerlo. Los borrachos se acercaron de un salto al señor Chmelař y uno de ellos lo invitó a arrodillarse sobre la acera. El señor Chmelař no obedeció y empezó a mostrarles una expresión rebelde. Eso enfadó a los borrachos y le ordenaron que se desnudara inmediatamente o las cosas iban a ir muy mal.
Uno de ellos le quitó la gorra al señor Chmelař y le arrancó la visera. El señor Chmelař se dio cuenta de que las cosas iban muy mal y empezó a retroceder. Justo lo que esperaban los muy malvados. Mientras el señor Chmelař estaba sobre un sitio sin nieve, no se atrevieron con él. Pero en cuanto estuvo sobre ella y no tuvo suelo firme bajo sus pies se lanzaron sobre él y lo tumbaron.
El pobre señor Chmelař se rompió dos costillas debajo de la paletilla derecha y se dislocó una mano.
El señor Laube organizó inmediatamente una colecta para enviarle un ramo de flores al señor Chmelař. Justo cuando se lo trajeron, el señor Chmelař estaba arreglando la paletilla, y por eso lo recogió su mujer. Como ese día era su Santo, el señor Chmelař no se extrañó ni lo más mínimo.

1 František Křižík (1847-1941) electrotécnico, inventor y empresario. Inventó la lámpara de arco eléctrico (1881), construyó la primera línea de tranvías en Praga (1891) y la línea ferroviaria entre las ciudades Tábor y Bechyně (1902-03).
2 Cliff Richard, cantante inglés contemporáneo, ganador del festival de Eurovisión (1967) con la canción Congratulations.
© Susana Sotelo Doco, Universidade de Santiago de Compostela