CHESGA

Coidado co !

(¡Cuidado con el !)
Esa vez necesitaba escribir un cuento en seguida. Hacía bochorno y delante de mí se extendía rencorosamente el papel en blanco.
Después de pensar durante varias horas, conseguí rellenar el papel con diferentes ornamentos, de los cuales considero el más logrado una especie de parodia de los bordados populares búlgaros.
A las siete, por fin se me ocurrió la primera trama, que parecía apta para ser desarrollada.
A las ocho, me di cuenta de que la trama era francamente excelente y que ni Mark Twain se hubiera avergonzado de ella.
A las nueve, salió a la luz que Mark Twain en realidad no sólo no se avergonzaba de ella sino que ya la había escrito ochenta años antes que yo.
A las diez, todavía estaba sentado a la mesa, hacía bochorno y delante de mí se extendía rencorosamente el papel el blanco.
A las once, sonó el timbre. Para mi sorpresa. No esperaba a nadie a esas horas. Cogí de la mesa el pisapapeles de hierro que suelo llevar conmigo cuando voy a abrir a alguien después de las diez de la noche. Con cierta precaución abrí la puerta de casa, escondí el pisapapeles de hierro detrás de la espalda y clavé los ojos en la oscuridad.
Allí estaba un hombrecito menudo con una americana usada e ingenuamente me miraba con ojitos de miope. Me avergoncé de llevar el pisapapeles de hierro fundido y discretamente lo metí dentro del bolsillo de mis gastados pantalones de pana. ¡Ay! Me había olvidado de que el bolsillo izquierdo estaba, bueno, que tenía un agujero desde hacía algunos días y el pisapapeles cayó directamente por la pierna del pantalón sobre el empeine de mi pie izquierdo. Grité con todas mis fuerzas. El tímido hombrecito se asustó y se dio a la fuga.
"¡Vuelva! ¡No va a pasarle nada!", le grité. Se dejó convencer. Volvió con cautela y con cara de culpabilidad. Me dio pena y por eso le invité a entrar. El dolor en el empeine no me permitía realizar movimientos rápidos y en cuanto llegué al despacho encontré a mi huésped hundido cómodamente en el sillón. Se comportaba con gran naturalidad, hasta me ofreció una silla, y cuando me senté me preguntó si quería un café. Declaré que no bebía café en absoluto, que estaba por principio en contra del café. Echó un vistazo apenado a la taza con posos de café que estaba sobre la mesa.
"Recuerdo del tío Miky", le dije como si nada. "Su última taza antes de que lo abatiese la cafeína".
Parecía que el hombre se lo creía. Dijo algunas palabras de compasión hacia el tío Miky y después le invadió una gran inseguridad. Empezó a contarme su historia.
"Tengo un empleo bastante raro. Trabajo en una gran oficina que está distribuida en catorce sectores y veintidós departamentos. Cada sector tiene un encargado de repartir bocadillos. Entienda, se dice encargado de repartir bocadillos pero también reparte el correo y, además, gestiona otros asuntos. Los encargados están todo el rato de acá para allá, como se suele decir, y son catorce. Como los sectores. Generalmente no les queda tiempo para sus propios asuntos y por eso se pusieron de acuerdo entre ellos y contrataron a su propio repartidor de bocadillos. Y ése soy yo. En resumen, soy el encargado de repartir bocadillos a los repartidores de bocadillos. También suelo ir a Correos y, de vez en cuando, gestiono algunos otros asuntos. ¡Qué le vamos a hacer! Siempre deseé trabajar en una droguería. No lo conseguí.
Últimamente he empezado a escribir. Sólo como aficionado. Sé que no se puede ser un droguero aficionado pero hay bastantes escritores aficionados. En suma, que empecé a escribir. Usted también escribe, seguramente tiene sus propios planes y queda satisfecho cuando le publican algo. No se preocupe, no soy ningún clarividente. Todo el que escribe tiene sus planes y le gustaría publicar algo. También a mí..."
Acabó de hablar y se puso colorado.
"¡Ya entiendo! Piensa usted que tengo Dios sabe qué contactos y quiere que le recomiende".
Se echó a reír con una extraña y aguda voz. Hasta que sentí un escalofrío. Cuando se cansó de reír, sus ojitos parpadearon y dijo:
"No. No necesito un intercesor. No tengo la intención de publicar", añadió como si esto sólo dependiese de él. "Como ya le he dicho, tengo cierta ambición de llegar a ser un autor leído. Pero mi obra no se puede pagar con dinero. Por lo tanto, he decidido vender mi ambición. ¿Entiende?"
Le dije sin dudar que no. Y también que la venta ambulante estaba prohibida y que no pensaba comprar ninguna ambición y que cuando quisiese lo haría legalmente en un bazar.
Se entristeció pero no se rindió. De repente con un brusco movimiento, echó la mano al bolsillo del pecho y sacó de él un legajo de papeles. Su tórax pareció derrumbarse después de esta acción. Me pareció que el sastre debía de haber contado con este voluminoso legajo al coser la americana. Me avergoncé de mi brusquedad. Sonreí y le manifesté mi interés por sus papeles. Se animó.
"Esto que usted ve es un manuscrito de mi novela. Se titula Mar. No se me ocurrió nada más corto".
, le dije a secas.
Reflexionó y después aseguró que, al fin y al cabo, era verdad. Me pidió un bolígrafo y una escuadra. Entonces tachó cuidadosamente la palabra Mar -la única palabra de la primera hoja- y con letra de caligrafía escribió . Después me sonrió dubitativo.
"Digo que escribí mi de forma aficionada y que en absoluto espero nada de ella. La firmé y la aparté. Después de algunas semanas, tuve la idea y la leí. Me asusté de mí mismo. Ese día averigué que era un genio". Se puso colorado otra vez, hizo una pausa dramática y me miró con ojos inocentes, en fin, ¡qué le iba a decir yo!.
El asunto se estaba haciendo desagradable y por eso puse cara de gran indiferencia. En los ojos del hombrecito apareció una especie de destello de odio. Como si fuera un misil que anuncia un ataque. La mirada tierna desapareció y desde el sillón me perforó con un par de ojos viperinos. El hombre empezó a hablar tajantemente.
"Si decido publicar mi novela, tendrá consecuencias terribles para usted. Para usted y para todos los escritores. Saldrá a la luz que son ustedes unos incompetentes. In-com-pe-ten-tes", afirmó recreándose.
"Pero quiero hacer algo por usted. Le vendo mi ambición. Mi genio permanece oculto al mundo y sigo siendo hasta la muerte un repartidor de bocadillos -por supuesto, no gratuitamente. Por doscientas coronas quemo ante sus ojos mi ".
El hombre terminó su discurso y esperó tenso a ver qué hacía yo. Le dije que ya era tarde y que agradecía su visita. Después me levanté y abrí la puerta. No dije ni una palabra sobre el .
El hombrecito se levantó y se batió en retirada. Sólo en la puerta se giró y me bisbiseó: "Es usted igual que ese Drda".

1 El título original de este cuento es Cuidado con la colmena; esta última palabra se corresponde en checo con úl, que tiene sólo dos letras. La palabra de tres letras que utilizamos aparece en el cuento checo como věž que significa torre. Debido a la extensión que poseen las dos al traducirlas, fueron sustituídas por otras con el mismo número de letras.
2 Mark Twain- Samuel Langhome Clemens (1835-1910) escritor norteamericano.
3 Bazar,palabra de origen persa que significa mercado. En Checoslovaquia se utiliza para referirse a tiendas de compra y venta de objetos usados y restos de mercancías de todo tipo.
4 Jan Drda (1915-1970) escritor checo, dramaturgo, guionista y autor de libros para niños.
© Susana Sotelo Doco, Universidade de Santiago de Compostela