CHESGA

Bohuželva

(Calamidad)
Tengo mil años y continúo viviendo
envejeciendo día tras día.
El príncipe Mnata me criaba
en un estanque, en el castillo.

Sucedían cosas, ¡cómo no!,
sin embargo, conozco sólo mi jaula.
Ahora me exhibe, cobrando entrada
un feriante de Bydžov.

La sombra de la muerte siempre me rodeaba.
Aunque se le arrancara la piel a un león,
yo soy desgraciadamente, lo que por desgracia soy,
una simple tortuga desgraciada.

Christian Morgenstern

La tortuga en la que estoy pensando, se llamaba Calamidad. Vivía en un viejo caparazón y junto con el caparazón, además, en un chalet que, a primera vista, reflejaba que su propietario tenía más dinero que gusto. Alrededor del chalet se extendía un descuidado jardín cubierto de maleza. El chalet, el jardín y la tortuga, todo pertenecía a un señor mayor estrafalario. Rehuía a la gente y salía los atardeceres húmedos y cálidos a su jardín con la tortuga Calamidad debajo del brazo. Una vez en su lugar preferido, ponía la tortuga sobre la hierba, sacaba del bolsillo izquierdo una velita y del derecho las cerillas, encendía la vela, vertía un poco de cera sobre el caparazón de la tortuga y después, rápidamente, antes de que se enfriara la cera, pegaba la vela sobre la tortuga.
Este hecho no inquietaba a Calamidad. Sabía que debía andar con la vela por la hierba húmeda, si no quería ser empujada con una ramita. Sabía que su dueño se sentaría en el banco y observaría cómo avanzaba lentamente a través del jardín. Y sabía también que, cuando estuviera nublado y la luz de la luna no interrumpiera su actuación, el dueño se pondría a cantar las canciones de su juventud.
Una noche la tortuga Calamidad, como de costumbre, desfilaba a través de la alta hierba con la vela a la espalda y pensaba en lo suyo -lo de las tortugas. El viejo está sentado en el banco y también piensa en lo suyo. Dice:
"¡Calamidad!, fiel tortuga, ¿te acuerdas cuando aún llevaba pololos?"
Y él mismo se contesta con voz de tortuga. "Me acuerdo. Eras un pimpollo." Tranquilizado por la respuesta de la tortuga, el viejo continúa: "¿Calamidad! y qué, ¿recuerdas a mi padre? ¿Sabes cómo estaba con aquellos trajecitos de niño?"
Y la tortuga, de nuevo, se acordaba.
"Y mi abuelo... ¿También te acuerdas de él con sus trajecitos de niño?"
Incluso al abuelo recordaba la tortuga. El viejo veía con claridad una lágrima en el ojo de la tortuga. No sabía que eso era sólo el rocío, que había caído sobre ella desde las altas hierbas.
La vieja tortuga familiar era la personificación de la fidelidad a nuestra estirpe. De niño, el abuelo la ensillaba con un húsar de trapo, papá la hacía pasar por Golem, y el anciano, de niño... ¿es que fue alguna vez niño? Ni él mismo se lo puede creer. Esto fue hace tanto tiempo... Dentro de un par de años no quedará de él nada más que el viejo y feo chalet, que siempre evidenciará que tuvo más dinero que gusto. Y, además, la tortuga Calamidad.
El anciano se dio cuenta por primera vez: la tortuga Calamidad le sobreviviría. Quizá un siglo entero. Desde ese momento odió a la tortuga. Tiró su caja, incomprensiblemente forrada con blando algodón, lo que, al fin y al cabo, a ella no le importaba demasiado. La llamaba con nombres de lo más grosero -tampoco por esto sufría. Más tarde, incluso, se negó a dar le la comida. Decidió matarla de hambre.
Estaba indignado, ya que durante medio año no le había dado de comer y la tortuga continuaba viviendo. Debía de ser que Calamidad, de vez en cuando, encontraba ella sola alguna cosa que, en su modestia, le era suficiente. El anciano estaba furioso. En todo el día, lo único en lo que pensaba era en cómo castigar a la tortuga por su larga vida.
Un día de febrero fue al cobertizo. Con dificultad abrió la cerradura oxidada, echó un vistazo y agarró una vieja silla que estaba en una esquina. La estampó contra el suelo. La silla se descuajaringó totalmente. El anciano escogió dos piezas apropiadas y se marchó al jardín. Allí en su lugar preferido empezó a clavetear una cosa extraña.
Era una horca pequeña.
Calamidad estaba condenada. En nombre de su estirpe, que desaparecería con la muerte del viejo, pronunció su sentencia. Pronunció y ejecutó.
Luego se echó a reír.
Estaba feliz de habérselas ingeniado tan bien.
Entonces el estrafalario viejo tuvo un fuerte ataque y quedó tumbado sobre el suelo. Delante de sí veía una niebla que se hacía cada vez más espesa. Perdía la conciencia. Pero, de repente... allí en medio de la niebla parpadeaba una débil lucecita. Se acerca lentamente. Ahora el anciano ya ve lo que es. Calamidad con la vela sobre el caparazón. El anciano no logra moverse ni para ahuyentar al fantasma. Le parece que oye cómo Calamidad le habla con aquella voz de tortuga que le había atribuido antes:
"Me envidiabas la única cosa que he tenido. ¡Avergüénzate!"
Y el estrafalario viejo falleció, indignado porque la tortuga lo tuteara.

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1 En checo el nombre Bohuželva está creado a partir de dos palabras: bohužel "desgraciadamente" y želva "tortuga".
2 Húsar: militar de un cuerpo de caballería ligera, de origen húngaro, s. XV.
3 Golem: palabra hebrea que significa "masa informe", "cuerpo sin pulir". El mito de Golem tiene sus raíces fundamentalmente en la vieja ciudad de Praga. La leyenda relata la fabricación de una criatura de arcilla por parte de Rabí Löw.
© Susana Sotelo Doco, Universidade de Santiago de Compostela