Cuando termina el segundo milenio, que vio nacer la más fecunda y perdurable de las instituciones consagradas a la educación superior, nuestras Universidades presentan la primera exposición colectiva de su patrimonio bibliográfico, del que este catálogo ofrece cumplida muestra. A tal fin fue preciso contar con la cooperación de todas ellas, plasmada eficazmente en la actividad de una de las comisiones sectoriales de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas: la Red de Bibliotecas Universitarias (REBIUN), que se siente orgullosa, a los doce años de su nacimiento y a los dos de su incorporación a la CRUE, de poder ofrecer a la comunidad académica y la opinión pública en general una exposición tan representativa e inédita de un legado histórico cuyo valor es incalculable.
Las funciones básicas de la Universidad han sido y siguen siendo la producción y la transmisión del conocimiento, en consonancia con las demandas que en cada momento la sociedad plantea. Pero junto a tales cometidos fundamentales, las Universidades han cumplido otros de no menor trascendencia. En este sentido, Ex libris Universitatis viene a ilustrar el insustituible papel por ellas desempeñado en la conservación de un ingente patrimonio histórico que podemos cifrar, en estos momentos, en un millón de piezas bibliográficas. De ellas, esta exposición ofrece las doscientas nueve que la comisión técnica, presidida por la Bibliotecaria de la Universidad de Zaragoza Remedios Moralejo Álvarez, ha seleccionado conforme a los criterios que se exponen en las páginas prologales posteriores a éstas que me honro en suscribir como presidente de REBIUN.
REBIUN continúa ahondando en los objetivos que justificaron su nacimiento y marcaron su actividad desde antes de su incorporación a la CRUE. Fundamentalmente, se trata de favorecer la cooperación bibliotecaria, que está dando resultados tan esperanzadores como la publicación de un anuario estadístico, en el que se pueden contrastar regularmente los parámetros más significativos de nuestras bibliotecas que poseen más de veinticinco millones de ejemplares, o la puesta en línea, en este mismo año 2000, del germen de un futuro catálogo colectivo ya con algo más de cinco millones de entradas. Porque las bibliotecas de REBIUN, como no podría ser de otro modo, están en la vanguardia de la utilización y el aprovechamiento máximo de lo que las nuevas tecnologías digitales, informáticas y de la comunicación pueden ofrecer a la Universidad.
La transformación que, a este respecto, se está produciendo, y que configura día a día una sociedad con nuevas posibilidades, impensables hace tan solo unos años, posee, no obstante, un alcance equiparable al de otras revoluciones anteriores. En este sentido, Walter J. Ong, en su libro titulado Orality and Literacy: The Tecnologizing of the World (1988), introducía una expresión aventurada y certera al referirse a las “tecnologías de la palabra”. Antes del momento trascendente que en relación a ellas vivimos hoy en día, esas tecnologías de la palabra implicaron previamente otros dos grandes avances: la invención de la escritura basada en un alfabeto fonético que los sumerios alcanzaron hacia el 3000 o el 3500 a. de C., y el desarrollo de la imprenta de tipos móviles por parte de Johann Gutenberg a mediados del Siglo XV en Maguncia. En cierto modo esta segunda revolución potenció hasta extremos excepcionales la precedente, pues como el propio Ong afirma, fue la impresión y no la escritura la que de hecho reificó la palabra y, con ella, la actividad intelectual. De hecho, la cultura del manuscrito seguía siendo marginalmente oral, pese a que la escritura fonética incluía ya la posibilidad de trasladar a los seres humanos desde un ámbito tribal a otro civilizado, de darles “el ojo por el oído”, en palabras de Marshal McLuhan en La Galaxia Gutenberg.
Cuando el hallazgo del alfabeto no existía la Universidad, pero la primera institución en cierto modo equiparable a ella de la que tenemos constancia, la Academia griega, no recibió con los brazos abiertos aquella nueva tecnología. El propio Platón pone en boca de Sócrates, en el diálogo Fedro, o del amor, el relato de cómo el dios Teuth inventó la escritura. Cuando expuso su descubrimiento al rey Thamus, ponderando sus beneficios, éste se mostró por completo contrario a la innovación, por considerarla sumamente perjudicial para la memoria y, sobre todo, para la verdadera sabiduría, que sólo debería aprenderse oralmente de los maestros. De la misma opinión participa Sócrates, el filósofo ágrafo que creó la mayéutica. El discurso escrito está muerto, no es más que un vano simulacro del auténtico, el discurso vivo, “escrito en los caracteres de la ciencia en el alma del que estudia”, que puede por ello “defenderse por sí mismo”, “hablar y callar a tiempo” .
No hay por qué ocultarlo: la Universidad nacida con el segundo milenio de nuestra era participaba al cien por cien de la cultura tribal y socrática de la oralidad, contaba en un principio muy poco con los libros manuscritos, cuyo coste resultaba en muchos casos prohibitivo, y tampoco tuvo un protagonismo acusado en la segunda revolución, la de la Galaxia Gutenberg. Incluso, por qué no decirlo, a casi mil años de su aparición en Bolonia, ya en plena cultura digital y telemática, no resulta descabellado poponer la urgencia de una profunda renovación pedagógica para incorporar las nuevas tecnologías a un proceso formativo que mantiene todavía, con la llamada lección magistral, el atavismo socrático.
De todo ello la exposición Ex libris Universitatis ofrece información cabal, enriquecida además en el presente catálogo gracias a los estudios de los ocho destacados especialistas que aquí se incorporan. En efecto, las Universidades no fueron madrugadoras en la valoración del libro y la biblioteca como instrumentos imprescindibles para el desarrollo de sus actividades. Así, mientras un catedrático de Medicina de Salamanca, Cosme de Medina, tenía en la segunda mitad del siglo XVI cerca de medio millar de obras de su especialidad, la librería de la Universidad guardaba tan solo catorce títulos referidos a la ciencia de Galeno. Será Carlos III, con su reforma universitaria, quien impulse un cambio radical a este respecto, ordenando el establecimiento de imprentas y bibliotecas universitarias, y favo reciendo el enriquecimiento de estas últimas con los fondos pertenecientes a la Compañía de Jesús, cuya expulsión había decretado en 1767. Desde entonces, y durante el siglo que va hasta la “Gloriosa”, las Universidades se benefician de sucesivas aportaciones desamortizadoras que explican la riqueza actual de sus fondos, pese a la parvedad con que comenzaron sus librerías, incomparables en su origen a las de monasterios, casas nobles y reales o, incluso, a las bibliotecas particulares de profesores, eruditos y humanistas. El hecho es que, a partir del Siglo XVIII y como institución secular de acreditada continuidad y resistencia que es, la Universidad se convierte en un ámbito privilegiado para la recepción de fondos bibliográficos de procedencia diversa. Luego ha procurado conservarlos, con mejor o peor suerte, y defenderlos contra los rigores destructivos de nuestra propia Historia, que se manifestaron especialmente activos, por caso, en la Zaragoza de la guerra de la Independencia, en Oviedo cuando la revolución de Asturias o en Madrid durante la guerra civil, que hizo de la ciudad universitaria un frente de combate consolidado desde 1936.
En este orden de cosas, no resulta aventurado afirmar que este final de siglo representa una etapa dorada en lo que al patrimonio bibliográfico de las Universidades españolas se refiere. En primer lugar, por la propia extensión de nuestra red universitaria, que junto a centros centenarios donde se guardan ejemplares incorporados a través de los siglos, cuenta hoy con centros nuevos que están actuando ya como focos activos a la hora de conseguir piezas bibliográficamente valiosas, como bien se puede comprobar entre las doscientas nueve seleccionadas para nuestra exposición. Complementariamente, los tiempos son favorables por el creciente interés que todas las Universidades manifiestan en cuanto se refiere al conocimiento, utilización y conservación de sus fondos, así como por el empleo de las nuevas tecnologías para todo ello, y por la voluntad cooperativa existente, que se concreta en la relación constante con otras instituciones o en la actividad del grupo de trabajo sobre patrimonio bibliográfico universitario que REBIUN mantiene, auténtico núcleo intelectual de la exposición Ex libris Universitatis.
El repertorio de los agradecimientos debe comenzar, pues, por los miembros de ese grupo y, en general, de REBIUN, cuyas dos comisiones ejecutivas que he presidido asumieron con máxima ilusión este compromiso. La dirección y el personal de todas y cada una de las bibliotecas universitarias españolas participan de este logro, que a otros cumple valorar en todo su alcance mejor que a nosotros mismos. Añádase el selecto grupo de especialistas que contribuyen a este catálogo, y los técnicos que lo han diseñado, así como también lo han hecho con la propia exposición en sí misma.
Lo mismo cumple decir del conjunto de las Universidades integradas en CRUE, tanto las que han aportado alguna de sus joyas bibliográficas como las que, sin hacerlo en esta oportunidad, han apoyado con entusiasmo esta iniciativa, y aceptado generosamente que, dada la imposibilidad técnica de que Exlibris Universitatis pudiese ser una exposición itinerante, la muestra tuviese como sede el Colegio de Fonseca en el año de la Capitalidad europea de la Cultura compartida por Santiago de Compostela con otras ocho ciudades, todas ellas también universitarias: Aviñón, Bergen, Bruselas, Bolonia, Cracovia , Helsinki, Praga y Reikiavik. El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte se sumó sin reservas en la primavera de 1999 a la iniciativa de REBIUN, así como, más recientemente, el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Al BSCH se debe la inestimable ayuda que permite la edición de este catálogo —libro hecho de libros—, con el que la exposición logrará perpetuarse en el tiempo. No otro es el milagro de la escritura y de la imprenta, cuando producen un precioso volumen como los que John Milton definía en su Aeropagitica con estas palabras: The precious life-blood of a master spirit, embalmed and treasured up on purpose to a life beyond life.
Solemos relacionar el nombre de la institución en la que nos formamos, y a la que CRUE y REBIUN sirven, con el concepto de universalidad, y bien está que así se haga, aunque no se nos oculte que en sus orígenes universidad significaba lo mismo que gremio o agrupación de personas —en este caso, docentes y discentes— unidas por intereses y objetivos comunes. Para el feliz logro de Exlibris Universitatis ha funcionado a la perfección la “universidad” así entendida, pero el resultado final, esa muestra extraordinaria de doscientas nueve piezas bibliográficas, es todo un compendio de universalidad. Universalidad lingüística, pues además del griego, el hebreo, el siríaco, el arameo, el árabe, el persa, el latín y de las lenguas que son sus hijas, figuran aquí, junto al euskera, las otras lenguas europeas y alguna de las americanas precolombinas, como el guaraní. Universalidad que nunca se muestra tan próxima a las esencias universitarias como cuando se refiere al universo de los saberes. Todos los que figuraban en el canon de nuestra civilización hasta el Siglo de las Luces están aquí representados, a veces mediante ejemplares únicos de manuscritos, incunables o ediciones que nuestras bibliotecas atesoran: la Historia sacra y la profana, la Teología y la Filosofía, el Derecho y la Literatura, la Geografía y la Cosmología, la Lexicografía y la Gramática, la Medicina, la Veterinaria y la Historia natural, las Matemáticas, la Arquitectura y la Tecnología, las Bellas Artes, la Astrología y la Industria.
DARÍO VILLANUEVA PRIETO
Rector Magnífico de la Universidade de Santiago de Compostela y Presidente de REBIUN