Por Lucía Casas | GCiencia
Si vivir del arte ya es difícil hoy en día, imagínate en los siglos XV y XVI: a la precariedad laboral y a la falta de reconocimiento de la sociedad se le sumaba el hecho de la carencia de materiales con los que trabajar. Pintores como Rafael o Botticelli no tenían su tienda de confianza donde comprar pinceles o lienzos. Y eso que estamos hablando de la época del Renacimiento y el impulso de uno de los movimientos culturales más potentes a niveles artísticos, literarios, filosóficos y hasta científicos. ¡Ay… la creatividad por encima de todas las cosas!
A lo mejor, el ejemplo más representativo de esta nueva cosmovisión lo tenemos en Leonardo Da Vinci. Ojo, que a veces las ganas de descubrir nuevos mundos sale caro, y el investigador del CiQUS Massimo Lazzari puede dar buena cuenta de esto: “Da Vinci siempre intentó innovar en su trabajo y eso le ocasionó más de un problema. Sabemos que hay obras sus que se perdieron, que no llegaron hasta nosotros, y muchas otras están en condiciones nefastas”. Y la causa de esta pérdida inmensa para la humanidad se encuentra en el empleo de los materiales.
Lazzari no es artista, sino científico, y gracias a su conocimiento en esta materia ayuda a los restauradores a localizar posibles problemáticas que, si bien no son visibles ahora, podrían dañar las obras en el futuro.
Lo nuevo no siempre es mejor
La experiencia es un grado, y esto también se aplica al arte. Sabemos que hay materiales óptimos para el patrimonio artístico, y lo sabemos porque tenemos muchísimos ejemplos de obras que se hicieron hace cientos de años y que perduraron con el paso del tiempo. Sin embargo, según explica Lazzari: “De aquellos que usaron otros materiales que no envejecieron o que envejecieron mal, sencillamente, ya no sabemos nada. Las obras se perdieron, y punto”. Cuando hablamos de envejecimiento nos referimos a la capacidad del material para mantener sus características intactas con el paso del tiempo. A mayor degradación del material, peor envejecimiento.
La parte buena es que en la actualidad hay técnicas para estudiar el comportamiento de los materiales y su degradación, lo cual permite a los artistas y restauradores echar un vistazo al futuro hipotético de la obra e identificar riesgos y problemáticas antes de que ocurran. Es aquí donde el trabajo de Lazzari es fundamental.
El ‘condensador de fluzo’ del arte
“Como no podemos esperar 50 años y ver de qué modo envejece la obra día a día, lo que hacemos es crear una réplica y someterla a unas condiciones determinadas que simulen de una manera acelerada lo que pasaría con el tiempo para ver si hay algún material crítico que pueda causar daños”, explica el investigador del CiQUS.
Para hacer las réplicas los investigadores suelen hablar con el propio artista o con el restaurador que esté trabajando en esa colección: “Identificamos los materiales empleados en las obras, lo cual es relativamente sencillo al tratarse de una práctica cotidiana en la química analítica”, dice Lazzari. Según el científico, las causas que más pueden degradar las pinturas suelen ser la temperatura y la luz, además del oxígeno. Es por eso que durante cuatro o seis meses y, con la ayuda de su grupo, expone las réplicas a estos agentes externos de una manera “acelerada”, y después concluyen si el material envejece en unas buenas condiciones o si, por lo contrario, puede ser un elemento problemático para la obra en el futuro.
Lazzari acaba de publicar un artículo en la revista académica Polymers donde analiza el envejecimiento del Poliacetato de Vinilo, es decir, la cola blanca de toda la vida que puedes encontrar en cualquier tienda de tu barrio: “Básicamente el problema del arte contemporánea es que muchos de los materiales que se emplean no están pensados para usos artísticos, sino que fueron ideados con una intención más industrial”, comenta el científico. En el estudio, Lazzari analizó dos obras de una colección del CGAC: Palette, hecha por Tony Cragg en el 1986, y #Terra, ladrillo y agua I,II y IV, una creación del año 2001 perteneciente al autor Darío Villalba. Los resultados mostraron que el envejecimiento de la cola blanca comercial (PVAC) empleada en las obras es bueno. Sin embargo, el estudio explica que el aumento de la dureza de la cola seca sí causa problemas de plasticidad que afectarían a la conservación “a menos que se apliquen medidas preventivas urgentes”.
La genuina colaboración entre arte y ciencia
El principal campo de estudio de Lazzari no es el arte ni el patrimonio artístico: en el CiQUS, el grupo de este doctor en Química se dedica a la ciencia de materiales y, en concreto, a la creación de materiales en la nanoescala. ¿Cómo acabó, entonces, estudiando obras de arte? Pues cómo todo lo bueno en la vida; mitad diversión, mitad compromiso: “A veces los campos en los cuales trabajamos pueden parecer muy áridos, pero el arte es algo que ves, que puedes experimentar”, dice el científico. Según cuenta, comenzó a colaborar hace casi dos décadas con la restauradora del CGAC (Centro Gallego de Arte Contemporáneo) Thais López Morán, que también es coautora del artículo publicado en Polymers. No recuerda exactamente quién llamó a quién, pero hasta ahora ya llevan diez obras analizadas. Para Lazzari no solo se trata de tener la oportunidad de explorar otros campos, “lo cual siempre es divertido”: también está ayudando a proteger el patrimonio artístico gallego: “Cuando encontramos una problemática con un material siempre intentamos transmitírselo al artista y a los restauradores, y ver que se se puede hacer para evitarlo”, explica.
- De manera que la química puede darle un puntito extra al arte. Massimo, ¿tú que crees, el arte también puede inspirar nuevas ideas en la ciencia?
- Pienso que todas estas problemáticas que surgen pueden motivar la búsqueda de nuevos materiales más estables, así que… ¿por qué no?
Detalle de «Palette» de Tony Cragg (obra de la colección permanente del Centro Galego de Arte Contemporánea, CGAC).
El Investigador Principal del CiQUS, Massimo Lazzari.